viernes, 12 de agosto de 2011

Ma belle française

Nueve de la mañana, un agosto menos caluroso de lo normal, desayuno en el jardín y un chico en el balcón de enfrente. Se despierta cada día media hora más tarde que yo, cuando las galletas ya han dado paso a mi adorable libro. Sale al balcón con un pantalón largo azul marino de pijama, saluda a sus padres y a su hermano, luego mira a mi jardín y me sonríe. Cada día, me dedica su primera sonrisa. A lo largo del día nos saludamos tímidamente cada vez que nos vemos. Esta tarde, me ha seguido a la piscina y ha estado un rato observándome mientras jugaba con mi pequeñín. Ha mirado a sus amigos y se han puesto a hablar en francés. Durante las dos horas que hemos estado en la piscina no hemos parado de mirarnos, miradas cómplices que cada día demuestran una atracción mayor. Antes de irse se ha despedido en un perfecto español. Acaba de salir al balcón, mientras yo leía en mi jardín como cada mañana y le ha dicho a su madre que se iba a dormir, con su encantadora voz y su perfecto francés. Me ha mirado y me ha dedicado su última sonrisa del día. Esa sonrisa que últimamente me trae loca.