me empezó a atraer más el otoño
que la primavera.
Prefería ver las hojas caer
y el rugido que emitían al ser pisadas,
que el ver florecer.
Quizá, me di cuenta,
empezaban a gustarme más los finales
que los comienzos.
La seguridad, pensé.
Los finales son precisos,
los comienzos precisan sonrisas.
Y de esas,
últimamente,
sabía muy poco.
Las cuatro patas de mi cama pueden llegar a soportar toneladas de bipolaridad. Sabemos que mueres de ganas de que acorrale con los dientes los salientes de tus caderas.
Y me suplicas que lo apague, que no son horas de fumar en la cama, en la misma cama en que también me confesaste que tienes miedo de las luces y de que te deje caer, de que me empieces a querer.
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